¿Qué es la Fraternidad? Según dice la RAE es “Amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales.”, es decir, circunscribe la cuestión a un grupo concreto de gente, la familia, la fratria, el clan en definitiva, y que por ello abarcaría un grupo reducido de personas (y un grupo reducido puede ser tanto un pequeño taller como este hasta toda nuestra Orden a lo largo y ancho del mundo, incluso si hablásemos de toda la franc-masonería universal, siempre seríamos un pequeño grupo de individuos), por más que como se proclama en el Artículo 3º de nuestra Constitución Internacional busquemos la consecución de una “….humanidad fraternalmente organizada.”
Gran principio, loable fin el que define nuestra Constitución Internacional, sin la menor duda, pero entiendo que no es este el momento ni el lugar para tratar de los grandes principios de nuestra Orden sino de aquello que tenemos más próximo, más de nuestro clan, es decir el taller, la Federación, la Orden, así precisamente, y en un crescendo que hace que el concepto se vaya diluyendo de alguna manera para entroncarse con aquello que nos define como Orden, el internacionalismo y que nos llevaría a revisar el concepto de fraternidad tomado como una concepción global, aunque ahora prefiera quedarme en terrenos más cercanos para hablar de la construcción de algo que, por cercano y de tamaño apropiado a nuestras fuerzas, podamos ver acabado.
Conviene, antes de seguir, señalar dos errores, es mi opinión al menos, en los que se suele incurrir cuando se trata de poner en práctica esa cosa de la fraternidad. Hay quienes se empeñan en confundirla con la amistad y hay quienes se revisten de un manto de buenismo, muy en la línea del “todo el mundo es bueno”, que suele terminar por dar al traste con el auténtico y real sentido de lo que debe ser la fraternidad, ya que en ella se incluye el deber de corregir, cuando toca, los errores de los hermanos y no pensar equivocadamente de que tal cosa es faltar a la fraternidad. Porque igual se ayuda cuando se corrige que cuando se echa una mano ya sea en el terreno espiritual o en el material.
Decía más arriba que la cuestión empezaría en lo más próximo, el taller, para ir subiendo hacia el culmen que sería la Orden o, si lo llevásemos hasta el extremo, la masonería universal en general. Comenzando por lo más próximo, Auzolan para nosotras y nosotros, es una logia joven, apenas un año de vida, fruto del esfuerzo de una serie de personas que hemos visto reforzados nuestros lazos de pertenencia a esta fratria mínima como respuesta a cuestiones exógenas como la distancia de algunos de sus miembros, la mayoría realmente, con el Oriente en el que se asienta; la necesidad coyuntural de trabajar en condiciones de una cierta y aparente precariedad (no olvidemos que la logia es algo que se conforma en el momento en el cual quien la preside declara los trabajos abiertos, no importa ni el donde, ni el cuando pues siempre tendrá como techo la bóveda celeste y se extenderá del zenit al nadir, de oriente a occidente y del norte al sur). Pequeños escollos que, a fin de cuentas y una vez salvados, han hecho que la fraternidad sea algo que vivimos como algo necesario, imprescindible, pues es el cemento que permite que nuestras piedras se vayan asentando y dando consistencia al edificio. Aquí, en este pequeño reducto, la fraternidad no es una cuestión abstracta sino y muy al contrario, algo que se palpa, y que nos ayuda a superar las dificultades a las que hemos de hacer frente como logia en formación.
Si ampliamos la apertura del compás tendremos el siguiente círculo, la Federación, un grupo en el que es más difícil sentir la fraternidad y que por ello exige un mayor esfuerzo para que esta fluya entre todos los componentes del clan. Aquí el abandono de los metales será cuestión imprescindible para que la armonía fraterna se instale entre nosotras y nosotros; las relaciones menos frecuentes, la falta del cemento que aporta cada tenida, exigirá un mayor esfuerzo para que ese sentimiento se instale realmente en nuestro seno y sea algo más que una palabra vacía de contenido. No sirve con invocarla, hay que trabajarla de una manera constante y desde el principio ya antes apuntado, la confianza. Hemos de confiar por principio en la buena fe de nuestras hermanas y hermanos en tanto que hechos constatados no nos demuestren de manera fehaciente y clara que alguien no es merecedor de esa confianza, y por tanto de la fraternidad debida.
Lo anterior serviría para el siguiente círculo, la Orden, aunque ya dentro de un auténtico ejercicio de exigencia sobre el sentido del concepto de fraternidad. Se nos pide confianza en personas absolutamente desconocidas y a las que debemos reconocimiento en tanto en cuanto se nos dice que debemos reconocerlas como iguales, como hermanas y hermanos, porque unos documentos atestiguan que pertenecen a nuestro clan extendido a lo largo y ancho del mundo. Es muy posible que si tenemos la oportunidad de viajar y tratar con esas hermanas y hermanos, ponerles rostro, tocar sus manos en la Cadena de Unión, todo será más fácil, tan fácil como ocurre aquí en Auzolan con las Hermanas y Hermanos de, por ejemplo, la Federación francesa que nos visitan con asidua regularidad, tanta, que ya casi son miembros de esta pequeña logia perdida en un pequeño lugar del norte de España.
En otro orden de cosas Fraternidad es, en mi opinión, confianza, que viene de confiar y que según la RAE en su segunda acepción es: “Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa” y que entroncaría perfectamente con una cuestión, a mi entender, fundamental, “soy masón porque mis hermanas y hermanos me reconocen como tal”. Es, por tanto, un concepto consustancial al reconocimiento masónico, sobre todo al respeto que como pertenecientes a un grupo nos debemos y que no tiene como ya he señalado que llegar a la esfera de la amistad, aunque es bastante frecuente que ambas cosas entre nosotras y nosotros lleguen a entremezclarse con facilidad.
La Fraternidad no es tanto el dar como el dar-se, pues debemos ser capaces de pasar de lo material a lo espiritual; de lo fácil a lo complicado; del acto mecánico de ayuda al esfuerzo por estar en el lugar del otro. En sentido contrario, la práctica de la fraternidad obliga a solicitar la ayuda de las Hermanos y Hermanas cuando esta sea necesaria sin que por ello debamos sentir vergüenza ni oprobio ya que, como tantas otras cosas en el método masónico, es fundamental que nuestras acciones se apoyen en un tráfico en dos direcciones, no en vano su práctica nos llevará a recibir cada vez que nos damos, fundamentalmente porque su práctica exige que nazca desde el principio de igualdad.