La Fraternidad es una palabra que ha formado parte de la Masonería desde sus inicios y más allá. Desde el punto de vista etimológico proviene del latín fraternitas, “ vínculo de parentesco entre hermanos”. Y frater a su vez viene del sánscrito breter, algo así como “el que ha estado en el útero”, origen del brother inglés o el breur bretón. De la cueva “materna” pasamos al monoteísmo paterno del Antiguo Testamento. El primer asesinato se produjo entre hermanos, somos hijos de Caín, como cantaba Barón Rojo. Tendrá que ser Constatino en siglo IV el que decidió que “todos somos hijos de un mismo Dios”, por tanto los cristianos comenzaron a llamarse entre sí hermanos de un mismo padre trascendente.

La Francia republicana tradujo fraternidad como el amor universal entre los miembros de la familia humana. Incluso aparece en el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos del hombre que los seres humanos deben comportarse fraternalmente Hasta aquí un breve esbozo del término a nivel histórico. Sin embargo a nivel personal el concepto hermano nunca lo tuve claro a pesar de cantar cada domingo en el coro de la iglesia, aquello de “juntos como hermanos”. Menos aún desde el punto de vista familiar consanguíneo. Un hijo único nacido en momento de bonanza económica acaba harto de que el mundo le compadezca porque no tiene un compañero de juegos, que le tachen de egoísta sin concerle si quiera. En lugar de desear algo que nunca podrá alcanzar y ser un frustado de por vida, el niño se dedicó a observar a los hermanos de otros: la desigualdad en los afectos infantiles a menudo se puede utilizar como armas arrojadizas delante de un testamento. Un cristiano católica poco dudó en pasar por la piedra a hermanos protestantes y viceversa.

Y es que a mi entender, la fraternidad carece de un concepto básico: la libertad. No elijo a mi familia pero sí a mis amigos. Pero no el falso amigo que sólo aparece con nocturnidad y alevosía.

Desde la infancia se nos insta a querer primero a la familia, luego al Estado y desde el XIX a querer a nuestra alma gemela romántica. Pero el concepto de la “amistad” se deja un poco de lado quizá porque es intrínsecamente libre y no depende de vínculos sanguíneos ni legales.

Me decanto más por la amistad aristotélica, no la utilitaria ni la fundada sobre el placer. Se trataría de la amistad perfecta de personas virtuosas que son parecidas en virtud. Experimentaría así un amor recíproco acompañado de elección pensada, que proviene de una disposición, no de una emoción. La amistad es una igualdad. Ya tenemos la triada: libertad, amistad e igualdad.

Ejemplo de ello pudiera ser la fundación, en 1764, de la Real Sociedad Bascongada de Amigos (que no hermanos) del País para permitir que la Luz de la Ilustración atravesase por primera vez los Pre Pirineos.

Elegimos entrar en masonería porque esperamos compartir una disposición de espíritu para el auto-conocimiento. El egotismo supremo que se inicia en Platón pasando por Montaigne. Empezar a conocernos mirándonos en el espejo, despojándonos de las máscaras que usamos en el mundo profano. Y teniendo muy claro que el axioma de Sócrates “Solo sé que no sé nada”. Traducido en lenguaje masónico, continuar siendo aprendiz debajo de los collares, como primer filtro para interpretar realidades con perfecciones diferentes.

Los masones son mis amigos perfectos y los profanos son mis hermanos. En un futuro me gustaría ni tan siguiera adjudicarles un descriptivo a modo diferenciador y excluyente. La fraternidad se terminará el día en que al sentir como propios los males ajenos el ser humano se afanará en buscar soluciones a un futuro universal.

Pero como estamos en el aquí y el ahora, y sociedades en su adultez son reacias a los cambios, la fraternidad entendida como el artículo primero del Derecho Humano puede ser lo más cercano a esta utopía : “…La Orden aspira a que hombres y mujeres puedan lograr, en plano de igualdad, la justicia social en toda la tierra en una humanidad fraternalmente organizada.”