Cada ser humano es único e irrepetible. Desde niño he oído, y leído, que cada quién tiene/tenenemos un ser idéntico en alguna parte del mundo, pero creo que no: es posible que la fisonomía sea muy parecida, incluso exactamente igual si cabe, pero estaríamos refiriéndonos a los aspectos externos de modo exclusivo por muy llamativo, curioso e incluso divertido que nos parezca. Porque no hay dos historias iguales, dos experiencias idénticas, un padre y una madre que te hayan dado los mismos, es decir, idénticos mensajes (verbales y no verbales). Somos seres únicos.

Desde ser seres distintos, la socialización obra mutaciones; según sea el ambiente del hogar familiar (si éste existe), el colegio (ídem), o la calle donde la criatura corretea, el interior de la persona va adquiriendo lo que denominamos una forma de ser, o de estar en el mundo.

La Francmasonería, vamos a llamarla Masonería por abreviar, es un grupo humano de hombres y mujeres, de mujeres y hombres, que buscamos lo mismo: que la Luz nos ilumine en nuestro camino por la vida y, en lo que esté en nuestras manos, que esa Luz ilumine a todas las personas que nos sea posible. Cada uno de nosotros y nosotras somos seres distintos, con nuestra propia historia y experiencias y que, en un momento de nuestra vida, hemos llamado a las puertas de la Masonería por razones estrictamente personales

La Luz no abunda cuando se producen desencuentros, como si alguien la apagase. Los desencuentros que acaban en choque de trenes me recuerdan al juego de la piñata, con los ojos vendados y un palo para romper algo, en este caso dulce sólo para algunas personas.

La Consciencia posee una técnica que no falla: la escucha activa. Consiste en lo siguiente: es una modalidad de Comunicación. En silencio, mirando a los ojos al interlocutor, se le demuestra estar entendiéndole, y no sólo lo que dice, sino cómo lo dice y “desde dónde” lo dice. Después se intercambian roles de modo que los tiempos de escucha serán idénticos a los de habla. Y las posiciones (quien habló ahora escuchará del mismo modo) también se intercambian. Está terminantemente prohibido interrumpir, siquiera gestualmente.

Esta técnica exige escuchar (y apuntar si se cree necesario) pero nunca interrumpir ni ‘poner caras’ que, después, cuando toque nuestro turno molestarán.

En masonería existe la fórmula protocolaria “he dicho” para dar a conocer que quien habla ha terminado, y sólo entonces se podrá pedir la palabra.

Hemos de ser capaces, las Hnas y los HH masones, de introducir en nuestros ambientes cercanos, poco a poco, la costumbre de la escucha.

Para acabar, una anécdota privada: nuestra hija la mayor, una ingeniero que ahora trabaja en Tailandia después de haberlo hecho en India, en Alemania y en USA, me contaba hace un par de años que una amiga suya japonesa le miraba a los ojos mientras María hablaba y sólo sonreía y asentía. María, preocupada, le preguntó si se aburría y ella dijo que todo lo contrario, pero que estaba disfrutando mucho en la escucha y aún no tenía nada que decir.

Otras culturas. ¿Llegaremos a incorporarlo?

Menandro